lunes, 11 de julio de 2011

En el día de los Padres


Por Leonor María Asilis E.


En un día tan especial, el cual utilizamos para demostrar de una forma más intensa nuestro amor filial, no puedo empezar esta reflexión sin antes felicitar públicamente como tengo la dicha de expresarme en este espacio a mi Papá.

Papá Luis, como te dicen mis sobrinos, eres una gran bendición para nosotros tus hijos, Luis José, Carlos Manuel, Laura y quien te escribe.

Muchas son las cualidades que te adornan como ser humano, pero donde brillas verdaderamente es en el ejercicio de tu paternidad.

Gracias por tu amor, entrega, enseñanzas y apoyo en nuestras vidas, pero sobretodo por tu gran ejemplo en las distintas facetas que se desarrolla el ser humano: vida familiar, profesional, de amistad....

Sé que preferirías que nuestras demostraciones de cariño la hagamos en forma discreta, privada como aboga tu gran sencillez. Sin embargo, me conoces, y a veces sé escurrirme por otros atajos como éste. Termino estas líneas dedicadas a tu persona con lo principal: tu gran fe en Dios.
Y desde este instante, me enfoco en nuestro Padre Dios, el cual nos enseñaste a amar desde que éramos niños.

A ti, Dios Todopoderoso, que gracias a Jesús, supimos de nuestra relación filial contigo, te felicitamos de forma excelsa por cuanto nos has regalado la vida divina, te manifestamos todo nuestro amor y deseo de complacerte. Ayúdanos a ser instrumentos de tu amor en un mundo cada vez más necesitado de ti.

Te damos gracias por nuestros padres dominicanos, que con el sudor de sus frentes han levantado a sus hijos por el camino del bien, y por enseñarnos en el cuarto mandamiento a honrarlos. Enséñanos a cumplirlo. Gracias por tu Hijo Jesús y Hermano nuestro que nos muestra el camino de la sencillez en el trato contigo, por hacerte tan cercano e íntimo desde el fondo de nuestros corazones y hacernos saber que contamos contigo.

Consciente de lo mucho que te agrada nuestra confianza en ti, me hago eco de una preciosa oración que te dedicara San Claudio Colombiere, con el fin de que la podamos hacer vida en nosotros y así darte cada vez, mayor gloria. Recemos juntos:
“Dios mío, estoy tan persuadido de que velas sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte; yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.
Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.

Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperaré , Señor, y jamás seré confundido.
Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendrás en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortalecerás contra loas más violentos asaltos y que harás triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me ames siempre; yo te amaré sin interrupción ; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, te espero a Vos mismo para caminar contigo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea”.

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