jueves, 7 de julio de 2011

ESCOJAMOS LA MEJOR OPCION: LA ESPERANZA!

POR LEONOR ASILIS



No tengan miedo! Es una de las advertencias más usadas y contundentes de nuestro inolvidable Papa Juan Pablo II en sus múltiples mensajes a la humanidad.

Vivimos en un mundo donde los temores y las desconfianzas buscan crecer en nuestros corazones.

Royo Marín,O.P. define la esperanza como la virtud teologal por la cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios.

Hay dos enemigos fatales contra la virtud de la esperanza: la desesperación, que considera imposible la salvación eterna y otro la presunción, que considera la salvación del alma , fruto exclusivo de sus propias fuerzas, sin ayuda de la gracia.

Para permitir el crecimiento de la esperanza en nosotros debemos tomar en cuenta que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también infinitamente justo. Está dispuesto a salvarnos, pero a condición de que cooperemos voluntariamente con su gracia.

San Agustín tiene una reflexión magistral sobre ésto: “Dios quien te hizo sin tí, no te salvará sin tí”.

Contra la desesperación y el desaliento debemos tener siempre en cuenta que la misericordia de Dios es incansable en perdonar al pecador arrepentido, y que si es cierto que por nosotros mismos nada podemos, con la gracia de Dios seremos capaces de todo.

En cuanto al sufrimiento, la esperanza nos anima a levantar nuestras miradas al cielo recordándonos que las tristezas de este mundo no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros, (Rom 8,13), y que si sabemos soportarlas santamente, estos momentáneos sufrimientos nos preparan una sublime gloria (2 Cor 4,17).

Por tanto, desde hoy hasta la eternidad podemos disfrutar viviendo en la esperanza, intensificando nuestra confianza en Dios y en su gran auxilio lo que en consencuencia nos traerá una paz y serenidad inconmovibles donde ni las calumnias, burlas, enfermedades, fracasos…podrán perturbar el sosiego de nuestro espíritu.

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